Resis Festival

NOTAS DE CONCIERTO


El tiempo menos solo (2017)
Hugo Gómez-Chao Porta

Basado en textos de El tiempo menos solo,de Abraham Gragera (Pretextos, 2012)
Iglesia de Santiago, circa s. XII​

«Brumas en rebaño, alambrada de constelaciones».

En el poemario El tiempo menos solo Abraham Gragera maneja claves y tempi clásicos y los recicla en una realidad contemporánea; establece conexiones o constelaciones con el tiempo, el tempo y su medida. Humana y natural. El tiempo, sus soledades y su palabra para traducir lo intraducible.

Uno de los poemas, en 9 secciones, se titula «La oveja». Podríamos pensar que se trata de una alegoría, que la oveja representa otra cosa, algo odiseico, una vulnerabilidad o una arcadia a lo Garcilaso de la Vega, pero el primer verso nos lo deja claro: la lucha es con la alegoría. «Cómo hablaré de ti sin alegorizar.»

Al otro lado de la partitura, el joven compositor Hugo Gómez-Chao lucha contra la alegoría musical. La música es música, armazón de sonido, crepitación, eco: un universo lingüístico en sí mismo que, si bien se sirve en ocasiones de palabras de otras obras o contextos, acaba mutándolas sin remedio. Como aclara el compositor suizo Beat Furrer, una de sus influencias: «componer no me interesaría si tuviese la impresión de estar reproduciendo un concepto bien sabido en vez de dar un paso en una nueva dirección».

En El tiempo menos solo avanzamos en una nueva dirección a lo largo de nueve escenas en compañía de percusión, piano, flauta baja, cuerda, coro y solista. La presencia musical es casi en todo momento una línea quebrada, tan lírica como inquietante, minuciosamente empeñada en la fragilidad del lenguaje, en lo efímero y su sombra proyectada, más larga y honda. Nos lleva a un tiempo que se disuelve «entre el polvo y los puntos suspensivos» y nos deja entrever la belleza como por un microscopio electrónico.

La dimensión de El tiempo menos solo es molecular. Su reino se llena de  zumbidos, electrones, sforzandi seguidos de languidez, una articulación imposible o inalcanzable, como un tempo que se quedase solo, titilante. La articulación de la voz es a veces un temblor, un cristal, como lo es la cuerda o el piano, percusión de vidrio o de plomo o de mercurio. Gómez-Chao toma libremente los poemas del libro [la serie de «La oveja», pero también «Los años mudos»]  y los  vivisecciona, los abre en rodajas, como un bodegón de versos en carne viva, reduce a sílabas o fonemas. Hace volver el canto a órgano primordial, de balbuceos y cuchicheos, de vocalizaciones y sibilantes, y la instrumentación un rebaño de brumas, una alambrada de constelaciones.

«Pero también perdimos la palabra
mucho antes, antes de que supiéramos siquiera
que la palabra existía».

La sensación de pérdida y de reconexión con la palabra y el sonido es constante, como una emisión de frecuencias de radio que se atrapase al vuelo, y sólo parcialmente. Hay textura y pronuntiatio, una atmósfera de naturalezas vivas e intrigantes, quizás insectos, ramas o pozos, voces de madera, cuerda y laringe que se entretejen como madejas de lana, yuxtapuestas, superpuestas. La urdimbre es sonido, la materia prima del lenguaje, el jersey de lana de la infancia con el que todos aprendemos a contar el mundo, el tiempo, sus mutaciones, su soledad.

«…es el tiempo
el que cambia
o sólo lo hace nuestra forma de recordar?»

Estíbaliz…Espinosa

Poemas de El tiempo menos solo en los que se basa la obra que escucharéis:

LA OVEJA
I

CÓMO hablaré de ti sin alegorizar
estás tan connotada
ahí, junto al arbusto
cómo describiré la nada
acogedora noche en su término justo
el rebaño de brumas que se te viene encima
el ladrido distante
del viento de noviembre, dime
con qué rima

II

Más que a los ritos de los sacerdotes
me recuerdas a Ulises en su pantomima
me recuerdas a Nadie
aunque tú estás más sola en tu Ninguna
eres como el extremo
de una nube delante de la luna
parece que te mira con ansia Polifemo
tan barroca
parece que la noche toda es boca

III

Dan ganas de tocarte
alivia verte así, desde tan lejos
cercada por la O del telescopio
pastora de tu nombre
recuerdas a los astros y a los viejos
aprendices de hombre
su futuro
el rumor de las olas en el mar
la tumba sin cerrar de Palinuro

IV

Quién sabe cuántas veces
has conjugado el verbo ir
en el imperativo de ver dónde termina
quién sabe por qué aquí
casi dentro de siempre
como todos
te dejas acunar igual que una piscina
rodeada de sed por el océano
has doblado los codos

V

Porque tu sed es dulce y tu balido
no puede traducirse
tu mudez
no puede pronunciarse en otra lengua
que la del ciervo huido
pero tú me pareces más hermosa
más digna de sacar la lengua
harta como un onagro
del desierto, al futuro del milagro

VI

Porque tu sed es dulce
y sales en los libros de oraciones
allá en el reino de los cielos
quizá te envidian las constelaciones
y la Tierra
que ignora en qué constelación está encerrada
tal vez tirita como tú
el frío es universal
cada constelación una alambrada

VII

Un puñado de sal
contra la gran costumbre de lo oscuro
unos ojos que lloran
universo
es poco más, oveja
que un dibujo en el vaho de la ventana
o los trozos perdidos de algún muro
es como una madeja
tejida entre el aliento y la mañana

VIII

Tú ya no la verás probablemente
qué sé yo
qué ven tus ojos dónde
si te has perdido porque estás demente
o como el último ejemplar
de todo lo que existe es cada cosa
te has buscado un altar
donde ser cosa antes de ser inexistente
Como la mariposa

IX

es el alma
y tú sólo la humilde
la oruga que no cabe en su capullo
a quién darás abrigo
pareces una tilde
dormida sobre una vocal abierta
mirando hacia ojalá
y yo mirando hacia ojalá contigo
sólo que estás despierta

L O S  A Ñ O S  M U D O S

PERO también perdimos la palabra
mucho antes, antes de que supiéramos siquiera
que la palabra existía
mucho antes de nosotros y de los que existieron antes
junto a nosotros, en los huecos que dejamos al cambiar de
lugar, en cada instante
que inauguramos. Así que no es motivo de preocupación, más
bien una posibilidad inesperada
de amar nuestra lengua porque una vez amamos la palabra
que dispersó las lenguas, sin ser estrictamente religiosos, ni
vulnerables a las profecías.
Me pregunto por qué pasó de largo la poesía
frente a nuestros intentos de adquirir dominio público, y nos
dejó de este modo, imaginando
con tanta imprecisión tragedias generalmente aceptadas, por los
que sufren y por los que persiguen
transformar sus asuntos en ejemplos. Por qué es difícil escribir,
por qué no basta
el simple amor porque las cosas sean
incapaces de aceptar el yugo, lo literal de nuestras voluntariosas
aproximaciones: los barcos mugen, crepusculares, las gaviotas
levantan
su torre de Babel en la corriente térmica; el sol se agita como un
saltamontes entre el bajo voltaje de las chicharras
y en los muros del solar abandonado las telarañas recuerdan
a la espuma marina. ¿Qué pensarán las nubes, es el tiempo el
que cambia
o sólo lo hace nuestra forma de recordar? ¿Está nuestra ilusión
del otro lado, por eso nos dispara por la espalda
y nos sentimos la espalda del futuro, y lo sabemos? Nos ha
costado tanto llegar hasta el presente
que es demasiado tarde para ser mañana.
Por eso es cada vez la última.
Y agobiados hasta lo interminable, con vergüenza de ser como
las falsas etimologías,
con aire silencioso, de futuros conocidos, tratamos de encarnar
en lo posible
este amor imposible
por todo lo que es, perece y muda.
Porque en nuestro futuro no hay memoria
y somos el futuro de todo lo que está a nuestras espaldas.

​Notas por: Estíbaliz Espinosa