El Festival RESIS de Música Contemporánea inaugura su propuesta de conciertos espectaculares en espacios emblemáticos de nuestra ciudad con esta original apuesta: híbrida de poemas y música, en una de las iglesias más peculiares y con historia de la Ciudad Vieja coruñesa.
Se cree que la Iglesia de Santiago es la más antigua de la ciudad; cuando se alza su estructura original hace muy poco que Galicia y Portugal acaban de dividirse entre doña Urraca y doña Teresa por alianzas estratégicas; en esas cortes nobles suspiran con el nuevo juego fin’amor –el amor cortés, base del amor romántico– de influjo provenzal; alguien empieza a escandir el Mio Cid mientras se trovan las primeras cantigas de amor, Paio Soares de Taveirós escribe eso de
No mundo non me sei parelha,
mentre me for’ como me vai,
ca ja moiro por vós – e ai!
mia senhor branca e vermelha
y el Arzobispo Gelmírez propone y dispone, en tanto que la hambruna arrasa y las hogazas de pan se veneran en el campo como tesoros. Es pleno siglo XII.
El templo fue del gremio de los Alfaiates [sastres], de ahí sus grabados de tijeras y utensilios en la piedra de cantería. En su atrio se celebraban los plenos medievales del concejo. Se asoló en incendios. Se remodeló en el gótico. Su fachada se orienta a Santiago de Compostela [en ella veréis a Santiago a caballo]. Y todos los que hemos cantado alguna vez allí sabemos de los prodigios de su acústica.
Un espacio arquitectónico donde el tiempo se queda en suspenso, donde trazas y sombras de los últimos 800 años tendrán que vérselas con texto y partitura del siglo XXI.
Algunos poemas y versos sueltos del libro El tiempo menos solo ( Pretextos, 2012), del poeta Abraham Gragera, son el pie para que el compositor Hugo Gómez-Chao entreteja nueve escenas: una cantata casi ópera, sin hilo dramático, pero sí de alta tensión lírica. En ellas, la palabra se atomiza, se desovilla, y vuelve a abrigarnos por medio de un ensemble de violín, viola, violonchelo, contrabajo, flauta baja, piano, percusión, coro y soprano solista. La escena queda al cuidado de Luz Arcas, coreógrafa y directora de la compañía de danza contemporánea La Phármaco.
Un viaje alucinante a las partículas elementales del sonido, desde la palabra a tinta en el poema hasta el cuerpo iluminado, pasando por la voz humana, la cuerda frotada o percutida, el viento y la madera.