Bienvenidos a un lugar con tanta historia como es la antigua Fábrica de Tabacos, en la Palloza. Ese espacio urbano donde hace 150 años varios miles de trabajadoras liaban cigarros puros, entre ellas –y en la ficción– Amparo, protagonista de La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán. Y en honor a ella se bautiza esta Sala de la hoy Audiencia Provincial.
Pero antes de ese pasado fabril, esto fue el cementerio judío. En algún momento hace más de 500 años, los sefardíes –entre los que estarían el que iluminó la Biblia Kennicott y muchos otros– enterraron aquí a los suyos. Para llegar a esta entonces casi isla de peñascos, lamida por el mar, desde la ciudad había que atravesar un río, o Rego dos Xudeus.
Todo eso ha desaparecido, se ha construido y asfaltado por encima. Pero pensad que bajo vuestros pies se extendía un arenal y el mar batía ahí mismo contra las rocas. Antes del olor acre a tabaco picado o el motín de las operarias en 1857.
Hoy venimos al «motín» nocturno de un piano.
Como instrumento, un piano es extraño: capaz de sonar como un bosque del planeta Tierra o como un océano alienígena; puede transformarse en arpa y caja de tambor, crear reverberaciones gracias al pedal, dejar sonar armónicos (esa parte sumergida del iceberg de una nota) hasta que se extingan o cortarlos de un pisotón. Suena tan pronto cálido y dulce como violento, estrepitoso.
Considerado como mueble, sobrecoge: tan sólo verlo despierta en cualquier sapiens las ganas de tocarlo, aunque no sepa situar una sola nota. Ocupa rincones con elegancia introvertida, sus teclas se alinean como sonrisas o fauces de Cheshire, algo tienen de ajedrez, de dominó, de fotografía del siglo XX. En la imagen que acompaña el cartel de este concierto –obra de Xurxo Gómez-Chao– le vemos los intestinos, ese maderamen mágico, oculto, entre rojos y dorados que a veces entrevemos en los majestuosos pianos de cola.
Para ti o para mí esas interioridades vistas así pueden ser algo chocantes, pero para Carlos Marín Rayo (Madrid, 1994) son casi una extensión de sus dedos: es un consolidado y muy joven intérprete de piano. Y conoce bien algunas de las piezas de este concierto. Nos lleva desde el Pico sacro gallego hasta las invasiones de los descendientes de Hércules (según leyendas de los Pueblos del Mar mediterráneos), pasando por la naturaleza tan pronto liviana como pesante del viento, el entretenimiento entre tierno y díscolo de la infancia, interludios dedicados a uno de los 20 hijos de Bach o uno de los célebres nocturnos de Chopin en tres partes, el opus 15, que da título a este concierto.
Un Nocturno sería en gallego un Serán, o una Serenata, en principio una pieza para interpretarse en las tardes-noches, una especie de merienda-cena para el oído y, en sus orígenes, sin mucha trascendencia. Sin embargo paulatinamente [las palabras importan, y mucho] se fue tiñendo de características introspectivas, con alusiones a elementos enigmáticos o nocturnos [como la luna, por ejemplo].
Para el Festival RESIS esta noche, la palabra «nocturno» será un encuentro entre compositores de lenguajes diferentes, con motivos muy diversos, para recibir a la noche convertidos en seres poliédricos, invadidos de saltos de octava, texturas y timbres inesperados, observando un piano que puede ser tan ingrávido como el viento y colapsarse hasta el punto de un agujero negro del que nada escapa. Ni una tecla.
Tampoco vuestra curiosidad escapará.